(Antes que nada, si quiere escuchar la canción con la que se escribió este post, puede pinchar sobre el título “Air” y se abrirá un link con la canción, encienda los parlantes)
En el marco de una iniciativa de la empresa, yo acompañaba a personal de tierra a conocer nuestro trabajo en el avión. Fue así que el capitán nos ofreció muy amablemente la posibilidad de despegar y aterrizar en el cockpit.
Solamente dos veces en mi vida tuve oportunidad de hacer algo así y no iba a perdérmelo.
Me senté en un jumpseat rebatible que, al tocar una palanquita, se deslizó unos centímetros, dejándome detrás y en el medio del Capitán y el copiloto. Primera fila, mirando el gran ventanal.
Hicieron su briefing, cerraron la puerta, pasearon por sus listas de chequeo y finalmente, before take off check list.
Nos movimos hacia atrás remolcados por un camioncito tan chiquito, que parecía una broma de un dibujo animado. Finalmente, estuvimos listos para encender nuestros motores, Engine 1, Engine 2. Empezamos a carretear muy despacito, mientras el Capitán movía con su mano izquierda una palanquita/ruedita que, evidentemente, era el volante. Fascinante.
En silencio escuché sus palabras encriptadas, check, ok, done, list, start, cabincrew, set… y muchas más. Eran sonidos mágicos, eran el abracadabra, el polvo de campanita que, una vez alrededor nuestro, nos haría volar.
Las voces en el video de demostración de la cabina me recordaron que, todos los días, yo estoy ahí detrás, ignorante de todos estos procesos, todas estas listas, toda esta responsabilidad.
Yo simplemente hago lo mío y confío en ellos. Confío TANTO en ellos.
De verdad que ustedes, mis queridos pilotos, no tienen idea de cuánto lo hago, tanto como para poner en SUS manos, MI propia vida.
De pronto sentí adrenalina. Ver la pista desaparecer detrás nuestro con tanta velocidad, no es chiste. Todo duró un segundo, la nariz se levanto apenitas, quise ver que botoncito tocaban, pero de hacerlo me hubiera perdido Buenos Aires haciéndose chiquitita, Ciudad Universitaria, la cancha de River, la Lugones, todo pulguita, todo enanín, todo hormiguita, eso que somos en realidad para nuestro inmenso universo.
Mi profesor de violín dijo que tengo que escuchar a Bach, entonces, en mi cabeza, puse “Air”, que es la canción con la que Kaworu se muere en Evangelion, la canción con la que él mismo, el ángel que representa a la humanidad y su propia destrucción, se muere.
Vencimos la densidad del aire, con el mundo que conocemos abajo y las nubes arriba, ví el horizonte artificial del avión torcerse hacia un lado y hacia el otro. No había duda, estábamos volando.
Las nubes desprolijas y sin mucho color, se acercaban de a poco. Se me dibujó una sonrisa cuando supe que las estábamos por atravesar. Debajo ya todo se distinguía como un borrón de un lado y un gran Río marrón del otro, así que dejé de mirar. Me concentré en la masa traslúcida en la que nos estábamos por meter. tuve la sensación de estar por chocar ante una gran pared blanca, pero justo cuando venía el impacto, entramos de una manera envolvente y natural, permitiéndoles que nos rodearan y nos acariciaran, poniéndose delante nuestro sin dejarnos ver absolutamente nada. Todo blanco, como si alguien hubiera puesto una tela en el parabrisas. Nos movimos un poco. Sentí la cabecita del 320 luchar tambaleándose y pensé en el galley de atrás, las chicas sentadas charlando acerca del fin de semana, sin tener idea de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Traspasamos la nube y se me ocurrió pestañear.
Cerré los ojos un microsegundo en el que Johann Sebastian explotaba su G string, y cuando los volví a abrir, estábamos ante algo que no podía ser verdad.
El Capitán, el copiloto, la chica al lado mío, la ventana del cockpit, todo desapareció.
El avión y yo, salimos de ese mar de transparencias y nos apoyamos, a una velocidad imperceptible, en un colchón de algodones. Delante de mí, pomposas, suaves, blanquísimas, recortadas, soñadas… casi podía tocarlas.
Un escalofrío me recorrió la espalda y se instaló eléctricamente en la punta de mi nariz, haciéndome cosquillas y retorciéndose hasta que me di por vencida. Con las dos primeras lágrimas entendí lo que estaba pasando.
Y lo dejé salir.
Sentí olor a asado.
Eran las 12 del mediodía así que me desabroché el cinturón, guardé el asiento en su lugar y abrí la ventanilla de mi derecha, tiré la escape rope hacia abajo y me fijé que quedara firme. Me dejé caer.
Las nubes están bien. No son exactamente lo que parecen en las películas, pero no decepcionan.
El olor me fue guiando.
Recién estabas haciendo el fuego cuando llegué, porque era temprano.
Nos abrazamos fuerte y tomé de tu Fernet.
Te reíste y me mandaste a hacer otro.
Escuchamos “Esa estrella era mi lujo” y “Tarea fina”, te abracé, estabas alto, derechito y hermoso. Te miré todo el tiempo. Me diste mil besos.
Mientras se hacía el asado, caminamos.
Nos cruzamos dos caballos, eran tuyos.
Me ayudaste a subir a uno, corriste adelante mío y el mío empezó a seguirte, por suerte esta vez no había ramas que me pegaran en la cara. Les soltamos las riendas, porque si no va sin riendas, no anda bien, y caminaron con la cabeza abajo, comiendo nubes. Nosotros nos mirábamos y yo supe que ése, era tu lugar.
Nunca tuve dudas, porque tu locura nunca fue un pecado. Tu corazón fue todo lo puro y hermoso que pudo ser, todo lo que lo dejaron ser.
Me hablaste del amor, me acariciaste el pelo, me apoyé en tu hombro, cantamos una canción.
Comimos el asado despacio, para que el tiempo no pasara. Para que ese momento fuera eterno.
Un perrito negrito chiquito y una perra mendiga comieron los restos fríos que les dabas de tu boca. Te dije que eras un asqueroso sin confesarte que todos los días pienso en hacer lo mismo con mi perra. Levantamos la mesa y comimos un postre.
Te dije que tenía que volver a mi avión.
Te reiste fuerte y me dijiste que siempre me ves pasar, yo te pregunté: “¿Cómo es que nunca te vi?
Te encogiste de hombros, me agarraste de la mano y me llevaste a las nubes abuelas… ahí, de lejos, vi mi avión.
Te dije que te quería, y vos me lo dijiste diez millones de veces.
No había tos, ni cara de viejito, no tenías esa panza rara y dura, ni el brazo inflado, ni la piel fría.
Eras alto y hermoso, eras divertido y cariñoso, eras bueno, dulce y estabas muy, pero muy loquito, eras mi papá.
Me hiciste piecito hasta la ventana del avión. Me subí a la cabina y, antes de cerrar la ventana, te vi subirte a un Tobiano y salir a toda velocidad.
Me abroché el cinturón y vi al Capitán, al copiloto y a la chica sentada al lado mío, los tres se sorprendieron al ver, mientras descendíamos, un rayo de sol muy fuerte que nos pegaba en el vidrio.
Me tiré hacia atrás en mi asiento y le agradecí al cielo. Por recibirte, por cuidarte, por el reencuentro, por los caballos, por el asado, por el fernet, por los Redondos, por el mar, por el campo, por este avión… por todas esas pequeñas cosas que para siempre, y hasta que te vuelva a ver, me tienen ligada a vos.
ufff manin, qué lindo, las gotas corren y se me juntan en la pera, por suerte estoy en casa.te quiero con todo mi corazón, hermanita del alma.
Encontrar espacios como el tuyo, que me conmueven tanto, es algo que voy a agradecer eternamente.
Del alma.
Bello, gracias.-
-increiblemente hermoso, gracias x hacerme acordar a mi cuando voy adelante y siento esa sensacion tan linda mirando las estrellas en un rgl o comodoro, besos
Hace dos dias me sente a leer tu blog. Lo tenia guardado para alguna vez empezar a leerlo. Me encanta mal! Y esta entrada en particular, me hizo emocionar mucho. Este mes de octubre fue muy movilizador para mi en cuanto a mi padre tmb, y me senti muy identificada. Muchos saludos
Tuve la suerte de estar ahí, en la cabina, ese tema que mencionas es mi preferido y también extraño mucho a mi viejo, quien queria ser piloto, me senti muy identificada y me emocione con tus palabras, gracias por compartir esto con nosotros.